de regresos...


Después de cuatro lunas, regreso (al batiburrillo peninsular). Me gustaría decir que con la maleta más vacía. Pero no es verdad. Tengo algunos vicios. Los libros y los zapatos se encuentran entre los confesables. Pero he aprendido algo que ya he aprendido otras muchas veces. La vida, siempre benévola y generosa conmigo, se empeña una y otra vez en intentar mostrarme una evidencia: el paraíso no existe. Como algo me conozco, sé que la certeza me durará poco. Y que desaprenderé pronto. Hasta es probable que esa malévola esperanza viaje agazapada dentro de unas botas la mar de cool que me he comprado. La sabiduría, la perfecta, es seguramente un atributo de gente que vive allá. Los demás solo somos seres mortales y hacemos lo que podemos. Al menos eso dice Cleta. Que ha decidido, con gran tino, quedarse en Berlín a pasar el otoño. Y como ella no es un ser mortal, seguro que algo de razón tiene.

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